«No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, […] porque en él se revela la justicia de Dios, de fe en fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por la fe. En efecto, Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia» (Rm 1, 16-18).
«Si alguno de vosotros posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» (1 Jn 3, 17-18).
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados» (Mt 5, ).
«Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 33).
«Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá la justicia, la gloria del Señor te seguirá. Entonces clamarás, y el Señor te responderá, pedirás socorro, y dirá: “Aquí estoy”. Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía» (Is 58, 8-10).
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